"Mi
amigo fiel"
Andy García
Andy García
Recuerdo
como si fuese ayer el día en que Yako llegó a mi vida,
transformándola por completo. Cualquiera que haya tenido un perro
sabe de lo que hablo. Siempre había querido tener una mascota, pero,
mis padres se habían opuesto a ello en numerosas ocasiones. No es
que a ellos no le gustasen los perros, es más, ambos habían tenido
perros antes de conocerse. Su negativa como me explicaron el día de
mi quince cumpleaños era debida a la responsabilidad que entrañaba
cuidar a un perro, y ellos lo sabían bien.
Yako, fue
el regalo de mi cumpleaños, y fue elegido por mí. No fue comprado,
ya que mis padres eran amantes de los perros y conocían el estado de
la protectora de animales de mi ciudad, la cual se hallaba desbordada
por la cantidad de perros abandonados. Recuerdo con melancolía el
día que junto a mi hermana un año mayor que yo, mis padres me
llevaron a la protectora de animales, y yo, me decidí por él sin
dudarlo. La veterinaria me animó a que eligiera otro, ya que Yako, a
pesar de ser una cría ya había sufrido un severo maltrato por parte
de su dueño. Ello, lejos de desanimarme a mí, y a mi familia, nos
hizo elegirlo aún con más ahínco.
Era un
pastor alemán con tan sólo un mes y medio de vida, y ya se
apreciaba en su pequeño cuerpo la maldad que puede albergar en
algunos seres humanos, si es que se les puede llamar así a esos
indeseables.
Tenía una
pata entablillada, parte del rabo quemada, y diez puntos de sutura en
su pequeña cabeza.
La
veterinaria nos explicó que la habían arrojado a través de la
valla del recinto dentro de una mochila, y que desde que llegó
hacían lo imposible por mantenerla con vida. A mi hermana y a mí,
se nos saltaron las lágrimas al escuchar aquellas palabras. Nos
explicó que tendríamos que cuidarla de manera especial, y aun así,
quizá no llegaría a los dos meses de vida. Yo, lejos de intimidarme
con sus palabras quise asumir ese riesgo, prometiendo a la
veterinaria y a mi familia que así lo haría. Mi padre me dijo que
se sentía orgulloso de mí, y la veterinaria me felicitó por mi
valiente decisión. Así fue, como después del papeleo pertinente,
Yako entró a formar parte de nuestra familia. Recuerdo como nada
más abandonar la protectora y subirlo al vehículo de mi padre
comenzó a mover su maltrecha cola y a lamerme la cara, parecía
contento de salir de allí y haber encontrado un nuevo dueño. Lo
primero que hice fue comprarle la comida recomendada por la
veterinaria y una pequeña casita enguatada para su descanso con mis
ahorros. Cada vez que llegaba a mi casa salía a mi encuentro a pesar
de tener su pata entablillada y cojear al caminar.
Siguiendo
las prescripciones de la veterinaria lo llevé el día indicado para
quitarle los puntos. Yo, iba más nervioso que él, aunque cuando nos
acercábamos a la clínica, mostró cierto nerviosismo. El
veterinario me felicitó por el buen estado de la herida, cosa que
facilitó la cura y retirar los puntos sin mayor problema. Yako, no
se quejó, era un cachorro valiente, después de lo que había
sufrido aquello era para él una simple caricia. Después le examinó
la pata y me dijo que tenía buena pinta, dándome cita para la
próxima semana. Al llegar a casa mi familia esperaba nuestra llegada
con impaciencia. Se alegraron al ver a Yako sin los puntos y con
buen estado. Mi padre me dijo que gracias a mí, el perro había
nacido de nuevo. Siempre que me hallaba en casa, Yako, venía a mi
lado, y yo, le colmaba de caricias e incluso hablaba con él cómo si
me entendiera, cosa que más de una vez he dudado, pues a mi parecer
creo que a su manera entiende lo que le digo. Toda la familia nos
volcábamos en sus cuidados, siendo el centro de atención de la
casa. Teníamos todos ganas de verlo caminar, y nos preocupaba que no
pudiera hacerlo una vez retirada la férula que le mantenía
entablillada la pata.
Llegó el
temido día, y todos juntos fuimos a la clínica para retirarle la
férula. Yako, se mostró nervioso mucho antes de llegar, sin duda,
ya presentía hacia donde nos dirigíamos. Nosotros quizá, nos
hallábamos más nerviosos que él. El veterinario me permitió la
entrada a la consulta, y mientras le acariciaba y le hablaba para
distraerle, él, procedió a la retirada de la férula. Esta vez,
sintió molestias, pero siguió mostrando calma ante la intervención.
Para mi
alegría y después de hacerle una radiografía, el veterinario me
dijo que su pata se había curado perfectamente. Se me saltaron las
lágrimas de emoción, y di las gracias al veterinario por su buen
hacer. Me dijo que el mérito era mío, por haber cuidado tan bien de
Yako. Aquellas palabras me llenaron de orgullo y me sentí feliz por
ello. Me recomendó que aún era pronto para que caminase por sí
solo mucho tiempo, y que le ayudase a desplazarse por la casa. Al
verle apoyado sobre sus cuatro patas en la camilla me alegré
sobremanera, ahora, me sentía yo, orgulloso de él. Salí con Yako
embrazo y mi familia al saber que se había curado la pata se mostró
entusiasmada. Hicimos hasta una fiesta por ello, invité a mis amigos
y mi hermana también invitó a sus amigas.
Contra todo
pronóstico, Yako, sobrepasó las expectativas de vida dada por la
veterinaria de la protectora, a quien visitamos una vez hallándose
Yako recuperado. Ella al verlo, no daba crédito a su buen estado, y
aún menos, que hubiese salido adelante. Me felicitó y me dijo que
si me había planteado estudiar para veterinario entre risas, yo,
nunca lo había pensado, pero le dije que quizá sirviese para ello,
y que me agradaba esa profesión. Todos se echaron a reír con mi
respuesta. Yako, se mostró nervioso en todo momento, quizá temiendo
que le dejásemos allí de nuevo. Una vez, que nos marchamos de la
protectora se tranquilizó como por arte de magia. Fuimos a la playa,
y paseamos por la orilla Yako, y yo, mientras mi familia tomaba el
sol. Nada me producía más satisfacción que ver caminar a mi perro
con total normalidad.
De vez en
cuando, le tiraba una pelota de tenis, y corría a toda velocidad
tras ella, incluso, se metía en el agua para ir en su busca, nadando
de forma magistral. Era colmado de fotos, y tenía un álbum sólo
para él, desde el día en que llegó a casa.
Ya contaba
con seis meses de edad, y se veía un perro robusto y fuerte, de
complexión atlética. Su alimentación era a base de pienso, pero de
vez en cuando, le daba algún capricho que otro, como helado o
costillas de cerdo las cuales rebañaba dejando el hueso impoluto.
He llegado
a la conclusión de que: “El perro es el
animal que más rasgos en común posee con el hombre, superándole
con creces en todos los positivos”
Volvía
de comprar del supermercado, y Yako, como era de costumbre me
acompañaba, al doblar una esquina dos individuos con el rostro
cubierto quisieron atracarme, pero Yako, se interpuso ante ellos,
mostrándoles sus poderosos colmillos y rugiendo como un lobo. Los
asaltantes huyeron despavoridos y yo, me sentí orgulloso una vez más
de mi gran perro. En otra ocasión, nos hallábamos de excursión en
el pantano de “El Chorro” a las afueras de Málaga, y mientras mi
hermana, mi madre y mi padre preparaban la barbacoa y la mesa para el
almuerzo, Yako, y yo, fuimos a explorar aquel paradisiaco lugar.
Anduvimos por las rocas pegadas al agua, con tan mala fortuna que
resbalé, golpeándome en la cabeza con una roca. Desperté y me
hallaba rodeado de mi familia y de gente que no conocía, Yako, se
hallaba sentado junto a mí, lamiéndome la mejilla.
Según
contó una persona de las allí reunidas y que había presenciado la
escena, Yako, me había salvado la vida. Al golpearme en la cabeza
contra la roca perdí el conocimiento y caí al agua. Yako, sin
dudarlo, saltó tras de mí, y asiendo el cuello de mi camiseta tiró
de mí hasta la orilla. Pude visionar el suceso en un vídeo que
habían grabado con un smartphone, y se me saltaron las lágrimas al
verlo. Abracé a Yako y lo colmé de caricias y besos. Las personas
allí presentes alabaron la valentía de Yako y me felicitaron por
tener un perro tan listo y tan fiel. Le juré allí mismo que nunca
me separaría de él. Mi familia emocionada le acariciaron y le
dieron las gracias por haberme salvado la vida.
Lo
recuerdo como si fuese ayer mismo, y han pasado ya tres años. Era
viernes, y de madrugada un gruñido de Yako me despertó. Se hallaba
pendiente a la ventana de mi habitación sentado, y no dejaba de
gruñir de forma suave. Me levanté y me asomé a la ventana, pero no
vi nada raro, le acaricié y le dije que no pasaba nada. Él, siguió
gruñendo y ahora, lo hacía de forma más fuerte. De repente, noté
una gran sacudida que movió mi cama e hizo balancear la lámpara de
mi habitación. Vi cómo las luces de las casas vecinas comenzaban a
encenderse y se escuchaban voces alarmadas por el temblor. Yako
comenzó a aullar, cosa que nunca había hecho y de nuevo otra gran
sacudida se dejó sentir, esta vez, aún mayor. Casi caí al suelo y
llamando a mi perro salí de la habitación en busca de mi familia.
Ellos, se habían despertado al notar el primer temblor, y mi padre
me dijo que bajase con rapidez a la calle.
Las
casas del barrio residencial sólo tenían dos plantas, pero aun así,
decidimos salir a la calle. Los vecinos alarmados comentaban lo
sucedido, los niños pequeños lloraban sin comprender nada, los
conocidos se preguntaban entre ellos si se hallaban bien, y toda la
urbanización se hallaba alerta ante un nuevo temblor. Yako, lejos de
calmarse, se sentía aún más nervioso, y ello, me hizo presagiar
que todavía aquello no había acabado. Cierto fue, un gran seísmo
irrumpió con fuerza bajo nuestros pies. El pánico se apoderó de la
comunidad, grandes grietas surcaron las calles, y algunos árboles y
casas se desplomaron al suelo. La gente corría asustada y sin saber
qué hacer, algunos se metían debajo de sus vehículos, otros
corrían sin rumbo fijo con sus pequeños embrazo. El terremoto duró
varios minutos y la urbanización quedó desolada, hubo bastantes
heridos y los que nos hallábamos bien nos afanábamos por prestarles
auxilio. Me di cuenta de que Yako, ya no se hallaba a mi vera, y
corrí a buscarlo en medio de la confusión. Grité su nombre, silbé
llamándolo, pero todo fue en vano. Los miembros de mi familia que
por suerte sólo habían sido afectados por algunos rasguños me
ayudaron en su búsqueda. Preguntábamos a los vecinos, gritábamos
con desesperación su nombre, chiflábamos cómo solíamos hacer para
llamar su atención, pero, Yako no aparecía. Aquel fatídico día
fue la última vez que lo vi.
Pasaron
varias semanas hasta que todo volvió a la normalidad. La
urbanización ya había recuperado su estado, pero yo, seguía sumido
en un estado de letargo por la pérdida de mi fiel amigo.
Nada
me consolaba, y algo en mi interior me decía que no había muerto, y
que en cualquier momento aparecería arañando la puerta de casa para
dejarle entrar. Por la noches lloraba de rabia por no haber estado
pendiente de él, y me culpaba atormentándome por ello. Dejé de
salir con mis amigos, quienes venían a casa a diario para
convencerme de que me haría bien despejarme y pasear con ellos. Mi
hermana trataba de darme consuelo, pero tampoco sus buenas maneras y
sus delicadas palabras lograban efecto en mi frágil estado de ánimo.
Enfermé de gripe y pasé varios días en la cama, me hallaba muy
débil y la fiebre alta me hizo tener terribles pesadillas en la que
aparecía mi perro.
Comenzó
el curso, y comencé a asistir al instituto, los días pasaban más
rápidos al hallarme entretenido, pero al caer la noche Yako volvía
a mis pensamientos. Dormía poco y mal, y mi familia comenzó a
preocuparse por mi estado. Grandes ojeras rodeaban mis párpados y la
tez pálida me confería un aspecto enfermizo. Mi padre me propuso ir
a la protectora para que acogiera a otro perro, pensando que así, me
recuperaría y me olvidaría de Yako.
Me opuse a ello con todas mis fuerzas, e incluso
contesté de malos modos a mi padre, quien por suerte para mí, no me
lo tuvo en cuenta. Le pedí disculpas, pero le dije que ningún perro
lograría sustituir ya a Yako, y que no quería ya más perros en mi
vida.
Pasaron
los meses, y comencé a salir con mis amigos, pero ya no me divertía
con ellos como antaño. Cada vez que veía a alguien pasear con su
perro sentía una gran envidia, y cuando veía a algún pastor alemán
las lágrimas me brotaban acordándome de Yako.
Cuento
todo esto, para hacer saber que mi fiel amigo sigue en mi recuerdo, y
el escribir me hace bien, me da sosiego y me hace sentir que Yako aún
vive en algún otro lugar, en otro plano, quizá en otro universo
paralelo a éste. Me salvó la vida el día del pantano, y yo, no
supe corresponderle el día del terremoto, ello, me atormenta cada
día de mi existencia.
Llegó
de nuevo el verano, y aprobé mis estudios con buena nota, cosa, que
ni mi familia, ni mis amigos, ni yo mismo, apostamos por ello a
comienzo de curso, dado mi estado. Propuse ir de nuevo de excursión
al pantano, donde Yako me salvó un día la vida. Mis padres se
miraron sorprendidos al escuchar mi proposición, pero aceptaron
gustosos al ver que lo pedí con entusiasmo y ya me encontraba
recuperado por la pérdida de mi perro.
Pasamos
un día agradable todos juntos, y antes de marcharnos me senté en la
roca donde un año atrás resbalé y caí al agua. Sentía la
respiración de Yako junto a mí, y hasta lo vi cómo si estuviese
allí a mi lado, moviendo su enorme cola y dándome con su enorme
pata para llamar mi atención. No lo pude evitar, y las lágrimas
afloraron, a la vez, que se me erizaba los vellos de los brazos. Me
fui del lugar con cierta melancolía. De todas formas, noté que la
visita me hizo bien, dejando atrás el pasado y comenzando a vivir mi
vida de nuevo, eso sí, Yako, seguiría en mis recuerdos para
siempre. Ese verano, conocí a la chica que a día de hoy, sigue
siendo mi pareja. Para bien, o para mal, ella tenía un perro de raza
Yorkshire, con el cual, contra todo pronóstico hice buenas migas.
Después de la
desaparición de mi perro no quise trato con ningún cánido, me
molestaban y aparecía en mí un sentimiento de traición para con
Yako. Mi novia, sabía la historia de Yako, así, como lo mal que lo
pasé tras su pérdida, por eso se asombró al ver mi reacción la
primera vez que vi a su perro. Tras insistir en que le conociera en
varias ocasiones, acepté no muy convencido de ello. Toby era muy
zalamero, juguetón y bastante listo. Quedamos en el parque y al
verlo, lejos de producirme rechazo me agradó. Al acercarme a mi
novia y a él, se me abalanzó meneando con alegría su rabo. Le
acaricié y ello me hizo sentir bien, mi novia sonreía contenta por
el encuentro y disfrutaba viendo cómo jugaba con él. Me acordé de
Yako, y pensé que quizá me estuviese observando allá donde se
hallara. Sonia, soltó a Toby, y me dio su pelota de tenis para que
yo se la lanzase y jugase con él. Cada vez que la cogía, me la
traía corriendo a mis pies, y yo, disfrutaba con ello. Le dije que
el conocer a su perro me había hecho bien, y que le estaba
agradecida por su insistencia para que así fuera. Cuando iba a
recoger a Sonia a su casa, Toby me escuchaba de llegar aun antes de
llamar a la puerta, y ladraba anunciando mi presencia. Después,
salía a recibirme contento de verme y jugueteaba conmigo para que le
acariciase y le siguiera el juego. La pandilla de amigos refirieron
mi cambio tras conocer al perro de mi novia, y todos se alegraban de
verme de nuevo en buen estado.
Un día, incluso lo
llevamos a mi casa para que mis padres y mi hermana lo viesen. Hizo
buenas migas con mi familia, y sobre todo con mi hermana, que no
dejaba de jugar con él. Mi familia se asombró de la complicidad que
ambos mostrábamos y del caso que me hacía cuando le pedía que
hiciese algo. Mi hermana le pidió a Sonia que lo dejase a su cargo
mientras nosotros salíamos. Ella aceptó, y mi hermana gustosa pasó
toda la tarde con él jugando, e incluso lo sacó de paseo, y se hizo
varias fotos con él. Cuando volvimos, la habitación de mi hermana
se hallaba totalmente revuelta, todos sus peluches se hallaban
esparcidos por el suelo y Toby jugueteaba con ellos descontrolado,
mientras mi hermana reía a carcajadas. Al marcharnos, Toby llevaba
un muñeco en la boca y Sonia le dijo que lo soltase, haciendo caso
al instante, pero mi hermana dijo que era para él, y yo, volví a
dárselo, mostrándose contento por ello.
Antes de comenzar el
nuevo curso, el instituto organizó un viaje a París, y la pandilla
al completo nos apuntamos a él. Todos deseábamos estar ya juntos
volando hacia la “ciudad de la Luz”
Durante el viaje, Toby
se quedó en mi casa, a petición de mi hermana. Sonia sabía que con
ella estaría bien atendido, y aceptó agradecida.
Una vez en París , y
como mandan los cánones, fuimos a visitar la torre Eiffel. Las
vistas eran impresionantes, y todo el grupo hicimos fotos en demasía.
A la salida y cuando nos hallábamos recorriendo los campos Elíseos
un espejismo se apoderó de mí. Allá, a unos cuantos metros se
acercaba hacia mí, mi perro, sujetado por un joven desgarbado.
Me quedé en un primer
momento paralizado, para minutos después pensar que era muy parecido
a Yako. Sonia, y mis amigos se preocuparon al verme tan pálido, y se
dieron cuenta a qué se debía. Me quedé sin hablar y observando al
perro, cuando de repente se percató de mi presencia y dando un gran
tirón de la correa corrió enloquecido hacia mí. Lejos de
asustarme, permanecí quedo, mientras el grupo se apartaba de mí,
incluida Sonia, quien me gritaba que corriese a resguardarme del can.
Cuando faltaban pocos metros para que se abalanzase sobre mí, lo vi
claro. Era él, sí, se trataba de Yako, mi perro, sin lugar a dudas,
la mancha marrón sobre su negro hocico era inequívoca. Saltó sobre
mí y del ímpetu me tiró al suelo, y comenzó a lamerme la cara.
Yo, todavía impactado por la aparición, lloraba de alegría y le
acariciaba nervioso mientras decía su nombre. El grupo se dio cuenta
que se trataba de Yako, y al ver cómo ambos jugueteábamos se
acercaron a nosotros. Todos se hallaban emocionados, y Sonia, se
agachó y comenzó a acariciarlo, y Yako, le respondió con dos
grandes lametones en la cara. Luego jugueteó con varios de mis
amigos a quienes también reconoció. En medio del revuelo formado,
apareció el nuevo dueño, y extrañado preguntó si conocía al
perro. Sonia, que sabía perfectamente francés nos tradujo.
—¡Di,
que es mi perro! —dije a Sonia malhumorado.
Ella,
me tradujo y el francés puso cara de extrañado. Después explicó a
Sonia que el perro lo había adoptado hacía ya tres años en España,
en una protectora de animales de Málaga.
Lo
había recogido vagando por las calles sin rumbo, y presentaba varias
heridas, unas de ellas en la cabeza. Él se hallaba de vacaciones en
Málaga, y al verlo, decidió llevarlo a la protectora para que lo
cuidasen. Fue a diario a visitarlo y comprobar que era bien atendido,
pero antes de marcharse a su país, quiso adoptarlo y llevárselo con
él. Al tener familia de origen español no tuvo problemas con los
papeleos, sus familiares lo hicieron por él, y así fue como trajo a
Yako hasta París.
Todos
nos quedamos sorprendidos por la historia, y nadie dijo palabra
alguna. Sonia, comenzó a explicarle al francés cómo había
desaparecido Yako tras el seísmo. Mientras ella hablaba, Yako se
deshacía en arrumacos conmigo, ignorando a su nuevo propietario.
Sabíamos,
que por ley, él era su dueño y no podíamos hacer nada contra ello.
Yo no quería volver a perder a Yako de nuevo, pero, ¿que otra cosa
podía hacer?
El
francés, al ver a Yako no despegarse de mí, y no parar de juguetear
y mover su cola en señal de alegría nos propuso un trato más que
justo. Le dijo a Sonia que yo y él, nos pondríamos situados a la
misma distancia, mientras ella sujetaba a Yako. Después lo soltaría
y él, decidiría con quien quedarse. Tuve mis dudas, aunque después
de la demostración que Yako me hizo me sentí confiado en que se
decantaría por mí. Nos estrechamos las manos aceptando el trato.
Cada cual nos colocamos a unos cincuenta metros más o menos, y Sonia
en el centro aguardaba nerviosa el desenlace.
El
grupo de amigos se retiró a una distancia prudente para no
entorpecer la prueba y permanecieron en silencio y expectantes al
resultado.
Colocados
ya en nuestros respectivos puestos, Sonia procedió a soltar a Yako.
Sentado, miró a un lado y a otro, parecía saber el significado de
aquella prueba. Yo rezaba para que viniese a mi lado, y una gran
angustia se apoderó de mí. Pasaban los segundos y Yako seguía
sentado y mirando hacia su nuevo dueño y hacia mí. Al fin se
levantó y me miró por espacio de unos segundos, yo me emocioné y
esperaba su carrera hacia mí, pero, de repente comenzó a correr
hacia el francés. Sonia, me miró desconsolada, y se oyó un
murmullo procedente del grupo de mis amigos. Me sentí impotente y
traicionado, me derrumbé y caí de rodillas al suelo abatido. Yako,
al llegar a la altura del francés se le abalanzó y comenzó a
lamerle el rostro. Después, continuó ladrando, y para sorpresa de
todos se volvió y comenzó a correr hacia mí.
Yo,
al verlo me puse en pie de inmediato y salí corriendo en su busca.
Lloré esta vez de alegría, y debido al impulso de la carrera me
tiró al suelo al lanzarse sobre mí. Ya en el suelo, comenzó a
lamerme y me aporreó con sus enormes patas. Sonia y el grupo de
amigos también se emocionaron al ver la escena, y corrieron hacia
nosotros. Nos rodearon, y comenzaron a acariciar a Yako, mientras se
deshacían en halagos hacia mi perro. El francés desilusionado se
acercó a mí, y me estrechó la mano, a continuación, me entregó
la correa de Yako, le acarició y se alejó cabizbajo por los campos
Elíseos...
FIN
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