viernes, 5 de septiembre de 2014

MI AMIGO FIEL


"Mi amigo fiel" 

Andy García

                     

Recuerdo como si fuese ayer el día en que Yako llegó a mi vida, transformándola por completo. Cualquiera que haya tenido un perro sabe de lo que hablo. Siempre había querido tener una mascota, pero, mis padres se habían opuesto a ello en numerosas ocasiones. No es que a ellos no le gustasen los perros, es más, ambos habían tenido perros antes de conocerse. Su negativa como me explicaron el día de mi quince cumpleaños era debida a la responsabilidad que entrañaba cuidar a un perro, y ellos lo sabían bien.

Yako, fue el regalo de mi cumpleaños, y fue elegido por mí. No fue comprado, ya que mis padres eran amantes de los perros y conocían el estado de la protectora de animales de mi ciudad, la cual se hallaba desbordada por la cantidad de perros abandonados. Recuerdo con melancolía el día que junto a mi hermana un año mayor que yo, mis padres me llevaron a la protectora de animales, y yo, me decidí por él sin dudarlo. La veterinaria me animó a que eligiera otro, ya que Yako, a pesar de ser una cría ya había sufrido un severo maltrato por parte de su dueño. Ello, lejos de desanimarme a mí, y a mi familia, nos hizo elegirlo aún con más ahínco.




Era un pastor alemán con tan sólo un mes y medio de vida, y ya se apreciaba en su pequeño cuerpo la maldad que puede albergar en algunos seres humanos, si es que se les puede llamar así a esos indeseables.

Tenía una pata entablillada, parte del rabo quemada, y diez puntos de sutura en su pequeña cabeza.


La veterinaria nos explicó que la habían arrojado a través de la valla del recinto dentro de una mochila, y que desde que llegó hacían lo imposible por mantenerla con vida. A mi hermana y a mí, se nos saltaron las lágrimas al escuchar aquellas palabras. Nos explicó que tendríamos que cuidarla de manera especial, y aun así, quizá no llegaría a los dos meses de vida. Yo, lejos de intimidarme con sus palabras quise asumir ese riesgo, prometiendo a la veterinaria y a mi familia que así lo haría. Mi padre me dijo que se sentía orgulloso de mí, y la veterinaria me felicitó por mi valiente decisión. Así fue, como después del papeleo pertinente, Yako entró a formar parte de nuestra familia. Recuerdo como nada más abandonar la protectora y subirlo al vehículo de mi padre comenzó a mover su maltrecha cola y a lamerme la cara, parecía contento de salir de allí y haber encontrado un nuevo dueño. Lo primero que hice fue comprarle la comida recomendada por la veterinaria y una pequeña casita enguatada para su descanso con mis ahorros. Cada vez que llegaba a mi casa salía a mi encuentro a pesar de tener su pata entablillada y cojear al caminar.


Siguiendo las prescripciones de la veterinaria lo llevé el día indicado para quitarle los puntos. Yo, iba más nervioso que él, aunque cuando nos acercábamos a la clínica, mostró cierto nerviosismo. El veterinario me felicitó por el buen estado de la herida, cosa que facilitó la cura y retirar los puntos sin mayor problema. Yako, no se quejó, era un cachorro valiente, después de lo que había sufrido aquello era para él una simple caricia. Después le examinó la pata y me dijo que tenía buena pinta, dándome cita para la próxima semana. Al llegar a casa mi familia esperaba nuestra llegada con impaciencia. Se alegraron al ver a Yako sin los puntos y con buen estado. Mi padre me dijo que gracias a mí, el perro había nacido de nuevo. Siempre que me hallaba en casa, Yako, venía a mi lado, y yo, le colmaba de caricias e incluso hablaba con él cómo si me entendiera, cosa que más de una vez he dudado, pues a mi parecer creo que a su manera entiende lo que le digo. Toda la familia nos volcábamos en sus cuidados, siendo el centro de atención de la casa. Teníamos todos ganas de verlo caminar, y nos preocupaba que no pudiera hacerlo una vez retirada la férula que le mantenía entablillada la pata.

Llegó el temido día, y todos juntos fuimos a la clínica para retirarle la férula. Yako, se mostró nervioso mucho antes de llegar, sin duda, ya presentía hacia donde nos dirigíamos. Nosotros quizá, nos hallábamos más nerviosos que él. El veterinario me permitió la entrada a la consulta, y mientras le acariciaba y le hablaba para distraerle, él, procedió a la retirada de la férula. Esta vez, sintió molestias, pero siguió mostrando calma ante la intervención.

Para mi alegría y después de hacerle una radiografía, el veterinario me dijo que su pata se había curado perfectamente. Se me saltaron las lágrimas de emoción, y di las gracias al veterinario por su buen hacer. Me dijo que el mérito era mío, por haber cuidado tan bien de Yako. Aquellas palabras me llenaron de orgullo y me sentí feliz por ello. Me recomendó que aún era pronto para que caminase por sí solo mucho tiempo, y que le ayudase a desplazarse por la casa. Al verle apoyado sobre sus cuatro patas en la camilla me alegré sobremanera, ahora, me sentía yo, orgulloso de él. Salí con Yako embrazo y mi familia al saber que se había curado la pata se mostró entusiasmada. Hicimos hasta una fiesta por ello, invité a mis amigos y mi hermana también invitó a sus amigas.

Contra todo pronóstico, Yako, sobrepasó las expectativas de vida dada por la veterinaria de la protectora, a quien visitamos una vez hallándose Yako recuperado. Ella al verlo, no daba crédito a su buen estado, y aún menos, que hubiese salido adelante. Me felicitó y me dijo que si me había planteado estudiar para veterinario entre risas, yo, nunca lo había pensado, pero le dije que quizá sirviese para ello, y que me agradaba esa profesión. Todos se echaron a reír con mi respuesta. Yako, se mostró nervioso en todo momento, quizá temiendo que le dejásemos allí de nuevo. Una vez, que nos marchamos de la protectora se tranquilizó como por arte de magia. Fuimos a la playa, y paseamos por la orilla Yako, y yo, mientras mi familia tomaba el sol. Nada me producía más satisfacción que ver caminar a mi perro con total normalidad.


De vez en cuando, le tiraba una pelota de tenis, y corría a toda velocidad tras ella, incluso, se metía en el agua para ir en su busca, nadando de forma magistral. Era colmado de fotos, y tenía un álbum sólo para él, desde el día en que llegó a casa.

Ya contaba con seis meses de edad, y se veía un perro robusto y fuerte, de complexión atlética. Su alimentación era a base de pienso, pero de vez en cuando, le daba algún capricho que otro, como helado o costillas de cerdo las cuales rebañaba dejando el hueso impoluto.

He llegado a la conclusión de que: “El perro es el animal que más rasgos en común posee con el hombre, superándole con creces en todos los positivos”

Volvía de comprar del supermercado, y Yako, como era de costumbre me acompañaba, al doblar una esquina dos individuos con el rostro cubierto quisieron atracarme, pero Yako, se interpuso ante ellos, mostrándoles sus poderosos colmillos y rugiendo como un lobo. Los asaltantes huyeron despavoridos y yo, me sentí orgulloso una vez más de mi gran perro. En otra ocasión, nos hallábamos de excursión en el pantano de “El Chorro” a las afueras de Málaga, y mientras mi hermana, mi madre y mi padre preparaban la barbacoa y la mesa para el almuerzo, Yako, y yo, fuimos a explorar aquel paradisiaco lugar. Anduvimos por las rocas pegadas al agua, con tan mala fortuna que resbalé, golpeándome en la cabeza con una roca. Desperté y me hallaba rodeado de mi familia y de gente que no conocía, Yako, se hallaba sentado junto a mí, lamiéndome la mejilla.

Según contó una persona de las allí reunidas y que había presenciado la escena, Yako, me había salvado la vida. Al golpearme en la cabeza contra la roca perdí el conocimiento y caí al agua. Yako, sin dudarlo, saltó tras de mí, y asiendo el cuello de mi camiseta tiró de mí hasta la orilla. Pude visionar el suceso en un vídeo que habían grabado con un smartphone, y se me saltaron las lágrimas al verlo. Abracé a Yako y lo colmé de caricias y besos. Las personas allí presentes alabaron la valentía de Yako y me felicitaron por tener un perro tan listo y tan fiel. Le juré allí mismo que nunca me separaría de él. Mi familia emocionada le acariciaron y le dieron las gracias por haberme salvado la vida.


Lo recuerdo como si fuese ayer mismo, y han pasado ya tres años. Era viernes, y de madrugada un gruñido de Yako me despertó. Se hallaba pendiente a la ventana de mi habitación sentado, y no dejaba de gruñir de forma suave. Me levanté y me asomé a la ventana, pero no vi nada raro, le acaricié y le dije que no pasaba nada. Él, siguió gruñendo y ahora, lo hacía de forma más fuerte. De repente, noté una gran sacudida que movió mi cama e hizo balancear la lámpara de mi habitación. Vi cómo las luces de las casas vecinas comenzaban a encenderse y se escuchaban voces alarmadas por el temblor. Yako comenzó a aullar, cosa que nunca había hecho y de nuevo otra gran sacudida se dejó sentir, esta vez, aún mayor. Casi caí al suelo y llamando a mi perro salí de la habitación en busca de mi familia. Ellos, se habían despertado al notar el primer temblor, y mi padre me dijo que bajase con rapidez a la calle.

Las casas del barrio residencial sólo tenían dos plantas, pero aun así, decidimos salir a la calle. Los vecinos alarmados comentaban lo sucedido, los niños pequeños lloraban sin comprender nada, los conocidos se preguntaban entre ellos si se hallaban bien, y toda la urbanización se hallaba alerta ante un nuevo temblor. Yako, lejos de calmarse, se sentía aún más nervioso, y ello, me hizo presagiar que todavía aquello no había acabado. Cierto fue, un gran seísmo irrumpió con fuerza bajo nuestros pies. El pánico se apoderó de la comunidad, grandes grietas surcaron las calles, y algunos árboles y casas se desplomaron al suelo. La gente corría asustada y sin saber qué hacer, algunos se metían debajo de sus vehículos, otros corrían sin rumbo fijo con sus pequeños embrazo. El terremoto duró varios minutos y la urbanización quedó desolada, hubo bastantes heridos y los que nos hallábamos bien nos afanábamos por prestarles auxilio. Me di cuenta de que Yako, ya no se hallaba a mi vera, y corrí a buscarlo en medio de la confusión. Grité su nombre, silbé llamándolo, pero todo fue en vano. Los miembros de mi familia que por suerte sólo habían sido afectados por algunos rasguños me ayudaron en su búsqueda. Preguntábamos a los vecinos, gritábamos con desesperación su nombre, chiflábamos cómo solíamos hacer para llamar su atención, pero, Yako no aparecía. Aquel fatídico día fue la última vez que lo vi.

Pasaron varias semanas hasta que todo volvió a la normalidad. La urbanización ya había recuperado su estado, pero yo, seguía sumido en un estado de letargo por la pérdida de mi fiel amigo.

Nada me consolaba, y algo en mi interior me decía que no había muerto, y que en cualquier momento aparecería arañando la puerta de casa para dejarle entrar. Por la noches lloraba de rabia por no haber estado pendiente de él, y me culpaba atormentándome por ello. Dejé de salir con mis amigos, quienes venían a casa a diario para convencerme de que me haría bien despejarme y pasear con ellos. Mi hermana trataba de darme consuelo, pero tampoco sus buenas maneras y sus delicadas palabras lograban efecto en mi frágil estado de ánimo. Enfermé de gripe y pasé varios días en la cama, me hallaba muy débil y la fiebre alta me hizo tener terribles pesadillas en la que aparecía mi perro.

Comenzó el curso, y comencé a asistir al instituto, los días pasaban más rápidos al hallarme entretenido, pero al caer la noche Yako volvía a mis pensamientos. Dormía poco y mal, y mi familia comenzó a preocuparse por mi estado. Grandes ojeras rodeaban mis párpados y la tez pálida me confería un aspecto enfermizo. Mi padre me propuso ir a la protectora para que acogiera a otro perro, pensando que así, me recuperaría y me olvidaría de Yako.
Me opuse a ello con todas mis fuerzas, e incluso contesté de malos modos a mi padre, quien por suerte para mí, no me lo tuvo en cuenta. Le pedí disculpas, pero le dije que ningún perro lograría sustituir ya a Yako, y que no quería ya más perros en mi vida.

Pasaron los meses, y comencé a salir con mis amigos, pero ya no me divertía con ellos como antaño. Cada vez que veía a alguien pasear con su perro sentía una gran envidia, y cuando veía a algún pastor alemán las lágrimas me brotaban acordándome de Yako.
Cuento todo esto, para hacer saber que mi fiel amigo sigue en mi recuerdo, y el escribir me hace bien, me da sosiego y me hace sentir que Yako aún vive en algún otro lugar, en otro plano, quizá en otro universo paralelo a éste. Me salvó la vida el día del pantano, y yo, no supe corresponderle el día del terremoto, ello, me atormenta cada día de mi existencia.

Llegó de nuevo el verano, y aprobé mis estudios con buena nota, cosa, que ni mi familia, ni mis amigos, ni yo mismo, apostamos por ello a comienzo de curso, dado mi estado. Propuse ir de nuevo de excursión al pantano, donde Yako me salvó un día la vida. Mis padres se miraron sorprendidos al escuchar mi proposición, pero aceptaron gustosos al ver que lo pedí con entusiasmo y ya me encontraba recuperado por la pérdida de mi perro.

Pasamos un día agradable todos juntos, y antes de marcharnos me senté en la roca donde un año atrás resbalé y caí al agua. Sentía la respiración de Yako junto a mí, y hasta lo vi cómo si estuviese allí a mi lado, moviendo su enorme cola y dándome con su enorme pata para llamar mi atención. No lo pude evitar, y las lágrimas afloraron, a la vez, que se me erizaba los vellos de los brazos. Me fui del lugar con cierta melancolía. De todas formas, noté que la visita me hizo bien, dejando atrás el pasado y comenzando a vivir mi vida de nuevo, eso sí, Yako, seguiría en mis recuerdos para siempre. Ese verano, conocí a la chica que a día de hoy, sigue siendo mi pareja. Para bien, o para mal, ella tenía un perro de raza Yorkshire, con el cual, contra todo pronóstico hice buenas migas.

Después de la desaparición de mi perro no quise trato con ningún cánido, me molestaban y aparecía en mí un sentimiento de traición para con Yako. Mi novia, sabía la historia de Yako, así, como lo mal que lo pasé tras su pérdida, por eso se asombró al ver mi reacción la primera vez que vi a su perro. Tras insistir en que le conociera en varias ocasiones, acepté no muy convencido de ello. Toby era muy zalamero, juguetón y bastante listo. Quedamos en el parque y al verlo, lejos de producirme rechazo me agradó. Al acercarme a mi novia y a él, se me abalanzó meneando con alegría su rabo. Le acaricié y ello me hizo sentir bien, mi novia sonreía contenta por el encuentro y disfrutaba viendo cómo jugaba con él. Me acordé de Yako, y pensé que quizá me estuviese observando allá donde se hallara. Sonia, soltó a Toby, y me dio su pelota de tenis para que yo se la lanzase y jugase con él. Cada vez que la cogía, me la traía corriendo a mis pies, y yo, disfrutaba con ello. Le dije que el conocer a su perro me había hecho bien, y que le estaba agradecida por su insistencia para que así fuera. Cuando iba a recoger a Sonia a su casa, Toby me escuchaba de llegar aun antes de llamar a la puerta, y ladraba anunciando mi presencia. Después, salía a recibirme contento de verme y jugueteaba conmigo para que le acariciase y le siguiera el juego. La pandilla de amigos refirieron mi cambio tras conocer al perro de mi novia, y todos se alegraban de verme de nuevo en buen estado.





Un día, incluso lo llevamos a mi casa para que mis padres y mi hermana lo viesen. Hizo buenas migas con mi familia, y sobre todo con mi hermana, que no dejaba de jugar con él. Mi familia se asombró de la complicidad que ambos mostrábamos y del caso que me hacía cuando le pedía que hiciese algo. Mi hermana le pidió a Sonia que lo dejase a su cargo mientras nosotros salíamos. Ella aceptó, y mi hermana gustosa pasó toda la tarde con él jugando, e incluso lo sacó de paseo, y se hizo varias fotos con él. Cuando volvimos, la habitación de mi hermana se hallaba totalmente revuelta, todos sus peluches se hallaban esparcidos por el suelo y Toby jugueteaba con ellos descontrolado, mientras mi hermana reía a carcajadas. Al marcharnos, Toby llevaba un muñeco en la boca y Sonia le dijo que lo soltase, haciendo caso al instante, pero mi hermana dijo que era para él, y yo, volví a dárselo, mostrándose contento por ello.

Antes de comenzar el nuevo curso, el instituto organizó un viaje a París, y la pandilla al completo nos apuntamos a él. Todos deseábamos estar ya juntos volando hacia la “ciudad de la Luz”
Durante el viaje, Toby se quedó en mi casa, a petición de mi hermana. Sonia sabía que con ella estaría bien atendido, y aceptó agradecida.

Una vez en París , y como mandan los cánones, fuimos a visitar la torre Eiffel. Las vistas eran impresionantes, y todo el grupo hicimos fotos en demasía. A la salida y cuando nos hallábamos recorriendo los campos Elíseos un espejismo se apoderó de mí. Allá, a unos cuantos metros se acercaba hacia mí, mi perro, sujetado por un joven desgarbado.
Me quedé en un primer momento paralizado, para minutos después pensar que era muy parecido a Yako. Sonia, y mis amigos se preocuparon al verme tan pálido, y se dieron cuenta a qué se debía. Me quedé sin hablar y observando al perro, cuando de repente se percató de mi presencia y dando un gran tirón de la correa corrió enloquecido hacia mí. Lejos de asustarme, permanecí quedo, mientras el grupo se apartaba de mí, incluida Sonia, quien me gritaba que corriese a resguardarme del can. Cuando faltaban pocos metros para que se abalanzase sobre mí, lo vi claro. Era él, sí, se trataba de Yako, mi perro, sin lugar a dudas, la mancha marrón sobre su negro hocico era inequívoca. Saltó sobre mí y del ímpetu me tiró al suelo, y comenzó a lamerme la cara. Yo, todavía impactado por la aparición, lloraba de alegría y le acariciaba nervioso mientras decía su nombre. El grupo se dio cuenta que se trataba de Yako, y al ver cómo ambos jugueteábamos se acercaron a nosotros. Todos se hallaban emocionados, y Sonia, se agachó y comenzó a acariciarlo, y Yako, le respondió con dos grandes lametones en la cara. Luego jugueteó con varios de mis amigos a quienes también reconoció. En medio del revuelo formado, apareció el nuevo dueño, y extrañado preguntó si conocía al perro. Sonia, que sabía perfectamente francés nos tradujo.

¡Di, que es mi perro! —dije a Sonia malhumorado.

Ella, me tradujo y el francés puso cara de extrañado. Después explicó a Sonia que el perro lo había adoptado hacía ya tres años en España, en una protectora de animales de Málaga.

Lo había recogido vagando por las calles sin rumbo, y presentaba varias heridas, unas de ellas en la cabeza. Él se hallaba de vacaciones en Málaga, y al verlo, decidió llevarlo a la protectora para que lo cuidasen. Fue a diario a visitarlo y comprobar que era bien atendido, pero antes de marcharse a su país, quiso adoptarlo y llevárselo con él. Al tener familia de origen español no tuvo problemas con los papeleos, sus familiares lo hicieron por él, y así fue como trajo a Yako hasta París.

Todos nos quedamos sorprendidos por la historia, y nadie dijo palabra alguna. Sonia, comenzó a explicarle al francés cómo había desaparecido Yako tras el seísmo. Mientras ella hablaba, Yako se deshacía en arrumacos conmigo, ignorando a su nuevo propietario.

Sabíamos, que por ley, él era su dueño y no podíamos hacer nada contra ello. Yo no quería volver a perder a Yako de nuevo, pero, ¿que otra cosa podía hacer?

El francés, al ver a Yako no despegarse de mí, y no parar de juguetear y mover su cola en señal de alegría nos propuso un trato más que justo. Le dijo a Sonia que yo y él, nos pondríamos situados a la misma distancia, mientras ella sujetaba a Yako. Después lo soltaría y él, decidiría con quien quedarse. Tuve mis dudas, aunque después de la demostración que Yako me hizo me sentí confiado en que se decantaría por mí. Nos estrechamos las manos aceptando el trato. Cada cual nos colocamos a unos cincuenta metros más o menos, y Sonia en el centro aguardaba nerviosa el desenlace.


El grupo de amigos se retiró a una distancia prudente para no entorpecer la prueba y permanecieron en silencio y expectantes al resultado.
Colocados ya en nuestros respectivos puestos, Sonia procedió a soltar a Yako. Sentado, miró a un lado y a otro, parecía saber el significado de aquella prueba. Yo rezaba para que viniese a mi lado, y una gran angustia se apoderó de mí. Pasaban los segundos y Yako seguía sentado y mirando hacia su nuevo dueño y hacia mí. Al fin se levantó y me miró por espacio de unos segundos, yo me emocioné y esperaba su carrera hacia mí, pero, de repente comenzó a correr hacia el francés. Sonia, me miró desconsolada, y se oyó un murmullo procedente del grupo de mis amigos. Me sentí impotente y traicionado, me derrumbé y caí de rodillas al suelo abatido. Yako, al llegar a la altura del francés se le abalanzó y comenzó a lamerle el rostro. Después, continuó ladrando, y para sorpresa de todos se volvió y comenzó a correr hacia mí.
Yo, al verlo me puse en pie de inmediato y salí corriendo en su busca. Lloré esta vez de alegría, y debido al impulso de la carrera me tiró al suelo al lanzarse sobre mí. Ya en el suelo, comenzó a lamerme y me aporreó con sus enormes patas. Sonia y el grupo de amigos también se emocionaron al ver la escena, y corrieron hacia nosotros. Nos rodearon, y comenzaron a acariciar a Yako, mientras se deshacían en halagos hacia mi perro. El francés desilusionado se acercó a mí, y me estrechó la mano, a continuación, me entregó la correa de Yako, le acarició y se alejó cabizbajo por los campos Elíseos...



FIN





























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