miércoles, 10 de septiembre de 2014

LA LEYENDA DE LOS ENAMORADOS


Dedicado a la ciudad de Antequera"


LA LEYENDA DE LOS ENAMORADOS
                                            
                      Andy García
                                         
                            @andygarmont

                                          

Alcazaba y la "Peña de los enamorados" al fondo
 


El cansancio y el polvo del camino hizo detener a la avanzadilla cristiana. Tanto los jinetes, como los corceles se hallaban exhaustos. La compañía la formaban cien soldados, todos ellos hábiles jinetes. Habían sido enviados por el infante Fernando de Castilla, y su misión, era reconocer los alrededores de la ciudad de Medina Arxiduna tomada por los musulmanes. El capitán ordenó acampar en aquel lugar, ya que la espesa arboleda les propiciaba un buen refugio. Sus hombres fatigados se lo agradecieron. Montó un cuerpo de guardia formado por diez soldados, y decidió pasar la noche al abrigo de los árboles y los espesos matorrales adyacentes. Pronto el sueño venció a la soldadesca, que se juntaron unos a otros guarecidos en sus mantas marrones para soportar el intenso frío. Algunos propusieron hacer una hoguera para paliarlo, pero el capitán se opuso a ello, ya que se hallaban cerca de la ciudad, y podían ser vistos desde la fortaleza.

Aprovechando la oscuridad de la noche cerrada, un cuerpo especial del ejército musulmán compuesto de jinetes con arcos atacaron sin cuartel a la tropa cristiana.

Tras abatir a la guardia silenciosamente cayeron sobre la soldadesca indefensa. Muchos perecieron antes de poder despertar, y otros se defendieron cómo pudieron ante el inesperado ataque. La lucha fue cruenta, y la mayoría de los cristianos murieron en el combate.

Los pocos que lograron sobrevivir fueron hechos prisioneros, y conducidos a la ciudad. El rey musulmán felicitó a sus soldados, y ordenó llevar a los cristianos a las mazmorras de la fortaleza. El grupo sólo lo conformaban veinte soldados cristianos, y durante la noche perecieron seis de ellos a causa de sus graves heridas.

A la mañana siguiente, el rey acompañado de su hija la princesa Tazgona bajó a la mazmorra para interrogar al oficial de mayor rango. Su escolta se apostó en la entrada, y él, a través de los gruesos barrotes preguntó.

¿Quién de vosotros es el oficial al mando?—preguntó con voz autoritaria.

Sin dudarlo, el cabo de mayor antigüedad se puso en pie.

Yo soy —dijo sin temor.

Al momento, los trece soldados se pusieron también en pie, y dijeron cada uno, que eran ellos los oficiales al mando para proteger a su oficial.
El rey musulmán se sorprendió por el valor y la camaradería mostrada entre ellos. La princesa también se sorprendió de ello, así, como los escoltas reales. El cabo, dio las gracias a sus hombres y se dirigió hacia la puerta de la mazmorra. Al acercase, quedó prendado con la belleza de la princesa musulmana, y a ella le ocurrió lo mismo. Se miraron un instante, y ella bajó la vista.

Sacad a ese cristiano —ordenó el rey señalando al cabo.

¿Cuál es tu nombre? —preguntó el rey.

Mi nombre es Tello García López, cabo primero de caballería—.

Bien, que lo curen y lo aseen, después, que se presente ante mí —dijo el rey

La princesa antes de marcharse volvió a mirarle, y le sonrió, él, le devolvió la sonrisa. Una vez, curado de las heridas y aseado, los guardias reales le condujeron ante el rey.

Éste, había ordenado preparar un suculento banquete, y durante el mismo, pretendía interrogar al cristiano de forma sutil. La reina y la princesa asistieron al banquete, al igual, que los hombres de confianza del rey. 

Tazgona, al verle aseado se quedó aún más sorprendida. Tello, era un apuesto soldado.

Ella, se había vestido con sus mejores galas, y su belleza ahora a la luz natural, era todavía mayor.
Él, se quedó prendado al verla, su corazón palpitó con fuerza, y en ese mismo instante, supo que se hallaba enamorado de la princesa musulmana. La reina se acercó a su hija y le dijo algo al oído, y ambas sonrieron.
El rey se dio cuenta de ello, y mandó guardar silencio. La comida empezó de forma amena, pero fue subiendo de tono al comenzar el rey un duro interrogatorio sobre Tello. Tazgona, se levantó contrariada y abandonó la estancia. La reina salió en defensa del cristiano, reprimiendo al rey por su actuación, para acto seguido salir en busca de su hija. La encontró en los jardines de la alcazaba con lágrimas en el rostro.

¿En verdad, te has enamorado de ese cristiano?— preguntó su madre.

Que Alá me perdone madre, pero así es —contestó Tazgona entre sollozos.

Su madre la rodeó con los brazos y la apretujó contra ella.

Hija, sabes que nuestra religión prohíbe la unión de una mujer musulmana con un cristiano —dijo La reina.

Pues entonces, reniego de mi religión, y de mi Dios —dijo Tazgona convencida de ello.

No blasfemes hija —dijo alterada la reina.

Quiero unirme a él, si lo desea, el amor no entiende de religiones —respondió Tazgona.

Su madre no podía creer lo que estaba oyendo, pero sabía que nada, ni nadie, podría hacer recapacitar a su ofuscada hija. Ella, se unió al rey enamorada de él, y sabía por experiencia que no había remedio posible ni humano, ni divino, para la “enfermedad” del corazón.

Hija, cree cuando te digo que te comprendo, pero tu padre nunca aceptará esa unión —dijo la reina.

Soy mayor de edad, y nadie más que yo, manda en mi corazón —respondió alterada Tazgona.

Hija, que Alá se apiade de ti —dijo la reina.

Ella, con lágrimas en los ojos se volvió a abrazar a su madre. Escucharon voces, y vieron cómo los guardias reales conducían de malos modos a Tello hacia las mazmorras. Tazgona encolerizada salió al encuentro.

¡Soldados! Esa no es forma de tratar a un prisionero —dijo la princesa enfurecida.
Los soldados al escucharla se cuadraron ante ella, y cabizbajos pidieron disculpas.

No volverá a suceder alteza —dijeron al unísono.

Eso espero por vuestro bien, bajaré a diario a ver a los prisioneros, y por Alá, que si veo a algunos de ellos en mal estado, haré que os azoten —dijo con voz firme la princesa.

Tello, sorprendido con la actuación de Tazgona le dio las gracias, y le dedicó una gran sonrisa. Los guardias condujeron esta vez, al cristiano, de forma civilizada a las mazmorras. Durante el trayecto, Tello volvió varias veces la cabeza para mirar a Tazgona, quien le sonreía cada vez que la miraba.
El rey al enterarse por sus hombres de la actuación de su hija, montó en cólera, y mandó buscar a Tazgona para que se presentara ante él. La reina al enterarse, acompañó a su hija al requerimiento de su esposo.
Tazgona entró sola a la audiencia, y la reina aguardó en las inmediaciones para intervenir en el conflicto si era necesario. Su padre al verla pasar se puso en pie, y la miró fijamente a los ojos. Ella, lejos de rehuir la mirada, la sostuvo para enojo del rey.

¿Qué mal tienes hija? —preguntó el rey.

No padezco enfermedad alguna padre, pero Alá, ha puesto en mi camino al cristiano, y quiero unirme a él — dijo Tazgona resuelta.

¡Decididamente estás enferma hija! Tu cabeza no rige, por lo que haré oídos sordos a tus blasfemas palabras —contestó el rey malhumorado.

No padre, mi cabeza rige bien, pero mi corazón pertenece ya a ese hombre —dijo Tazgona con aplomo.

El rey se abalanzó sobre ella y la asió por los brazos, dándole varias sacudidas.

¿Por qué dices esas cosas tan terribles? ¡Esa unión es imposible y lo sabes, va contra el Corán, y nunca lo permitiré! —dijo el rey alterado.

La reina se decidió a entrar en la estancia y dijo a su esposo que soltase a su hija, y que ella no tenía culpa alguna de haberse enamorado del cristiano.

No la defiendas mujer —dijo el rey vociferando.
La reina se acercó a su esposo y le dijo que se tranquilizara. El rey se sentó en su trono y permaneció en silencio.

¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó con tono amable la reina.

¿Y eso a qué viene ahora? —preguntó el rey contrariado.

Me dijiste que nada más verme te enamoraste de mí —dijo la reina.

Sé lo que te dije —respondió él.

A mí, también me pasó lo mismo, por eso te pido benevolencia para Tazgona, no podemos reprocharle que sienta por el cristiano lo mismo que sentimos nosotros en nuestra juventud —expuso la reina.

¡Tonterías, nosotros éramos de la misma religión los dos! —dijo alterado el rey.

El amor no entiende de religiones ni de raza —dijo la reina.

No trates de convencerme, mi hija, no se casará con un sucio cristiano —dijo el rey.

Marchemos madre, es inútil razonar con alguien tan cerrado de pensamiento —dijo Tazgona enojada.

Sí, sera lo mejor —dijo el rey en tono amenazador.
Tazgona, dio las gracias a su madre por interceder en la afrenta. La reina la dijo que volvería a hablar con él, cuando se hallase más calmado.

Gracias madre, pero no creo que sirva de nada —dijo Tazgona.

La reina fue a los aposentos, y ella bajó a las mazmorras. Quería ver cómo se hallaba el cristiano. Los centinelas la dejaron pasar, uno de ellos le acompañó hasta la puerta de la mazmorra, y se retiró por orden de la princesa.

Tello se hallaba sentado junto a sus hombres y les daba ánimos, cuando vio a Tazgona se levantó de un salto, y se dirigió hacia la puerta. Agarrado a los barrotes le dijo que se alegraba de verla.

Yo, también me alegro de verte —dijo ella.

¿Cuál es tu nombre?


Me llamo Tazgona —.

Bonito nombre —.

Yo, soy Tello —.

¿Os tratan bien los guardias? —preguntó Tazgona.

Sí, parece que hicieron caso de tu advertencia —dijo Tello sonriendo.
Ella, se sonrojó, y en un acto reflejo posó las manos sobre las de Tello, que se encontraban agarradas en los barrotes de la puerta. Él, se sorprendió, pero de forma rápida se soltó de los hierros y cogió las manos de la princesa.
Sus hombres al verle se quedaron atónitos, sabían que aquello podía costarles la vida, pero ninguno se atrevió a decir nada.

Te amo más que a mi vida —dijo Tello en voz baja.

Yo, también te amo —respondió Tazgona.

Vendré a verte a diario —dijo ella.

Sí, por favor, tu presencia me hace olvidar mi mala fortuna —dijo Tello.

Antes de marcharse se acercó a los barrotes y besó de improviso a Tello. Él, se sorprendió, pero después, le cogió la cara y la besó con fruición.
Sus hombres al verles comenzaron a aplaudir, y la princesa avergonzada corrió hacia la salida.

¡Zoquetes, la habéis espantado! —vociferó Tello.

La soldadesca se echó a reír y volvió a aplaudir, Tello los miró y no pudo evitar reír con ellos. Cuando Tazgona llegó a sus aposentos su madre la estaba esperando, su rostro se hallaba pálido, por lo que Tazgona se temió lo peor.

¿Qué sucede madre? —preguntó preocupada.

No sé cómo, pero tu padre se ha enterado de que has ido a ver al cristiano y de que os habéis besado —dijo su madre con voz entrecortada.

Tazgona palideció al oírla, se mareó y se apoyó en su madre.

Voy a verle para tranquilizarle, y saber que se propone hacer, no te muevas de aquí —dijo la reina.
Cuando su madre se hubo marchado, corrió hacia las mazmorras, y una vez en ellas, dijo a uno de los guardias que condujera al jefe de los cristianos hasta su padre, quien había dado la orden de que lo llevasen ante él.

El guardia dudó por un instante, pero Tazgona le dijo que su padre se hallaba de mal humor, y si tardaba en llevar ante él al prisionero quizá le castigaría.
El guardia la creyó, y ante el aviso, se decidió a soltar a Tello.
Cuando se dispuso a abrir la puerta, Tazgona le empujó al interior y le dijo a Tello que saliera de la mazmorra a toda prisa. Los hombres de Tello retuvieron al guardia, y ellos huyeron a toda prisa. Había dispuesto a la salida de la mazmorra dos magníficos corceles árabes para huir de la fortaleza. Montaron a caballo, y al galope salieron sin problemas de la fortaleza, los guardias no pudieron detenerles, pero avisaron al rey de inmediato. Se dirigieron sin parar a las cercanías de la ciudad de Medina Antaqira, donde se alzaba un imponente peñón con la intención de refugiarse en él. Casi en su cumbre descubrieron una cueva en la que se escondieron, pero su felicidad duró poco, el rey con su ejército batía la zona para darles alcance, rodeando la falda del peñón.

La casualidad, hizo que el infante Fernando al mando de sus tropas también se acercara al peñón, tenía previsto atacar a los musulmanes. En un punto los dos ejércitos se encontraron, el rey musulmán detuvo la avanzada, y Fernando hizo lo mismo. Ambos se hallaban sorprendidos. Antes de que ninguno reaccionara y ordenara atacar al otro bando, se oyó una voz desde la cima del peñón.

¡Aquí se encuentran! —gritó un soldado musulmán.

Todos miraron hacia la cumbre, y vieron a lo lejos, como dos diminutos puntos se movían hacia lo más alto del peñón, y tras ellos, otros muchos puntos le seguían. El infante Fernando, mandó a uno de sus hombres a preguntar qué sucedía, y a su encuentro salió un soldado musulmán. Se detuvieron a escasos metros uno del otro.

¿Qué sucede en la montaña? —preguntó el soldado cristiano.

La hija del rey y un soldado cristiano han huido juntos por amor —dijo el musulmán con cierto tono melancólico.
El soldado cristiano agradeció la explicación al soldado musulmán, y fue rápido a dar cuenta de ello a su rey. Fernando al saberlo se sorprendió, y permaneció atento al desenlace. Los dos ejércitos permanecieron quedos ante la singular situación. Tazgona y Tello llegaron a lo más alto del peñón, y vieron que ya no tenían escapatoria. Rezaron cada uno de ellos a su dios juntos de las manos, se besaron con pasión y se juraron amor eterno.
A continuación, y sin dudarlo saltaron al vacío sin soltarse de las manos. En ambos ejércitos se oyó un rumor de lamento.
El rey musulmán con lágrimas en el rostro, trotó al galope en busca del cuerpo de su hija. Fernando mandó a varios soldados para recoger el cuerpo del soldado cristiano.
Después de aquel trágico suceso, los ejércitos evitaron entrar en combate, y se marcharon en silencio por donde habían venido. Desde aquel día, dicen los lugareños de la ciudad de Antequera que en las noches de luna llena, se oyen a los dos amantes disfrutar de su amor libre y unido para siempre a aquel peñón, llamado desde entonces La Peña de los Enamorados”


                                                    FIN






No hay comentarios:

Publicar un comentario